A kilómetros de distancia Claudia sintió el mismo
escalofrío que recorrió la nuca de su pareja.
Los motivos, bien diferentes: Ella había recibido una fuerte amenaza
anónima, él había visto entrar al médico que comenzó a increparlo fuertemente:
-Así que vos sos el “porteño” piola que anda metiendo las
narices donde no corresponde. ¡Ya vas a ver con quien te metiste!
Por lo pronto ¡Te advierto! Tu vida depende de que nos
sirvas y te garches a estas pendejas todas las veces que sea necesario. Caso contrario, te espera el mismo destino
que el de los bebés…
Entre aturdido y abombado por el estupor nauseabundo del lugar, Luca
comprendía que su vida transcurría por un sendero que se estrechaba segundo a
segundo.
Estaba encerrado allí en el subsuelo, en una prisión
construida sobre una esquina de paredes de tierra rojiza y rejas improvisadas con troncos; un pequeño
catre, una jarra plástica para agua, una palangana para las necesidades
fisiológicas, escasa luz artificial, y muy poca entrada de aire. En ese sitio no era posible saber en que hora ni en que día vivía…
Mientras las frases amenazantes continuaban, Luca recorría
con su mirada la celda en busca de algún punto frágil o elementos que le
sirvieran para iniciar una próxima fuga.
Al quedar solo nuevamente se siente profundamente abatido
y se deja caer sobre el catre. Uno de sus brazos cuelga de uno de los
laterales. Dibuja surcos sobre la tierra rojiza con sus dedos hasta que nota
una textura diferente: parte del suelo era muy conciso; algo así como de
piedra, no lo podía distinguir muy bien.
Tomó su media medalla y comenzó a frotarla con la esperanza de poder
convertirla en un objeto cortante.
Pasaban largas horas sin vigilancia, fue allí donde Luca
pudo saber que una de las prisioneras era Morena a la que no había podido
reconocer por lo pálida y demacrada. También se enteraba de los pormenores de la organización. Las chicas eran capturadas
en los centros asistenciales, las dormían y por la noche las trasladaban a la guarida. Pudo saber, por lo que
habían escuchado las prisioneras, que las entregas se realizaban vía triple
frontera y que, de allí, se derivaban a importantes laboratorios europeos para
fabricar cremas rejuvenecedoras.
Procuró mostrarles como fingir un ataque de epilepsia en
caso de que, tal como se lo habían anunciado, las introdujeran en su celda para
forzarlas a tener relaciones. Sus fuerzas menguaban por el escaso alimento y
bebida. De pronto sintió ruido, vio
ingresar a la enfermera que se dirigió directo a sacar a una de las chicas de su encierro y a
introducirla, de los pelos, en la celda de Luca.
-Tomá te la dejo hasta que vuelva mañana, cumplí con lo
tuyo…
Sólo atino a repasar hasta el cansancio la escena que
había planeado con su compañera. Les iba la vida en ella. El momento no llegaba nunca y el investigador
sabía que, si quería tener alguna oportunidad, tendría que actuar rápido.
Al día siguiente Estela regresó trayendo algo de alimento
y líquido. Luca repasó el borde de su
arma con la yema de su dedo, percibió el filo, estiró su brazo y alcanzó a
tomar del cabello a la enfermera que
pasaba rumbo a la celda de Morena. Antes
que la cautiva atinara a nada la sujetó
con un brazo tomándola del cuello y presionándola contra los troncos de la
prisión, con el otro le cortaba la yugular con su afilada herramienta.
La mujer gritó y se sacudió en forma desesperada pero no
pudo zafar del abrazo mortal que también la estaba asfixiando, se desvaneció en
pocos segundos. Luca la desplazó hacia el piso, le sacó el llavero y abrió los
candados de su prisión y las de sus compañeras de cautiverio.
Llamó a Morena, le pidió que saliera al exterior y que lo
esperara allí. Una de las chicas había
comenzado a dar señales de haber iniciado el proceso de parto, no estaba en
condiciones de movilizarse. Luca tomó su
mano, le prometió conseguir ayuda prontamente y la despidió con un beso en la
mejilla.
A pesar de sus intenciones, no pudo organizar un escape
grupal. Una vez afuera las chicas se dispersaron desesperadamente en busca de
esa libertad que habían perdido, solo Morena estaba allí, a su lado, temblando.
Caminaron sin saber exactamente por donde, no había forma
de tomar referencias en una zona de vegetación tan alta y pronunciada. No importaba, por ahora era suficiente con
estar fuera de las garras de semejantes seres diabólicos.
Dos días después, casi al borde de sus fuerzas,
encontraron una calle. La seguirían, seguramente los llevaría a algún
poblado. Por una vez la suerte los
acompaño: un viejo camión desvencijado que transportaba troncos se aproximaba,
el lugareño respondió a el pedido de auxilio y los trasladó hasta el poblado
donde Claudia, preocupada por la falta de comunicación de Ferranti, ya se encontraba con un móvil policial
organizando la búsqueda de su amado. El reencuentro fue maravilloso.
A pesar de su estado, Luca acompaño a la policía. Fueron de inmediato a
apresar al médico y en rescate de la adolescente que había quedado en el
refugio.
El lugar lucia aterrador: La enfermera envuelta en un
charco de sangre, la parturienta había fallecido, seguramente poco después de
dar a luz. Aunque con alguna dificultad,
el bebé aún respiraba. Luca lo alzó, lo abrigó con algunos trapos, e inconscientemente buscó emular el milagro de la Difunta Correa.
Nuevamente en el poblado se unió a Claudia en la búsqueda
de una madre nodriza que pudiera amamantarlo.
Seguramente sería un huérfano más
que engrosaría la fila de los descalzos del poblado, Claudia y Luca no podían permitirlo. Estaban allí mirándolo alimentarse, lo veían
indefenso ¿cómo no protegerlo? Ni
siquiera fue necesario que lo conversaran, una mirada cómplice fue suficiente
para acordar que sería suyo. Luego
coincidirían también en la elección del nombre: lo llamarían Valentino.
La posibilidad de acceder a una vida con otras
aspiraciones y el hecho de no pertenecer a ninguna relación formal fue
suficiente para que los familiares accedieran a cederlo.